Celos y rivalidad imaginaria

ESTEBAN RUIZ MORENO

Los celos y el conocimiento general
Según el diccionario virtual de la firma española elmundo.es[1], el significado de la palabra “celos” tiene diferentes acepciones, entre las cuales tenemos:

Celo:
1. 1 m. Cuidado, esmero, interés que alguien pone al hacer algo: celo profesional.
2. Excitación sexual de ciertos animales en el periodo propicio para el apareamiento.
3. pl. Sospecha o inquietud ante la posibilidad de que la persona amada nos reste atención en favor de otra.
4. Envidia que alguien siente por el éxito que otro disfruta: celos profesionales.

De esta definición que se sostiene en diferentes direcciones, intentaremos abarcar las que apuntan con respecto al campo del sujeto con los otros, celotipia enmarcada únicamente desde el campo de lo humano con respecto al otro, ubicada en las coordenadas del yo hacia el otro.

Jacques Lacan y los tres registros
Jacques Lacan, psicoanalista francés, utiliza con frecuencia el concepto de los tres registros (real, imaginario y simbólico) para extraer el psicoanálisis del campo de las disciplinas tanto médica como psicológica en las cuales se insertaba el psicoanálisis en su tiempo[2]. Del registro de lo simbólico podemos decir que es el orden de la palabra y el lenguaje, es el registro de las leyes del lenguaje (metáfora y metonimia) y es la instancia que reformula totalmente al sujeto por estar insertarlo en su campo, al punto de separarlo radicalmente de la supuesta naturaleza que algunas disciplinas psicológicas quieren indicar de manera obtusa y oscura. Del registro de lo imaginario entendemos la instancia de la relación con el semejante, la relación con el cuerpo en tanto imagen en lo inconsciente, la relación del sujeto y el otro con la agresividad y los celos; esta instancia se encuentra también en el reino natural, la diferencia fundamental consiste en que los animales se encuentran inmersos en el registro de lo imaginario mientras que el sujeto se encuentra reordenado de cabo a rabo por el orden simbólico[3]. Del registro de lo real podemos decir que es lo que no alcanza a recubrir ni el lenguaje ni la fantasía (fantasma), es decir, ni lo simbólico ni lo real, por tal motivo podemos observar la condición de desecho de este registro.

El registro de la rivalidad y los celos
De la intelección de los tres registros nos interesa el registro imaginario por ser éste el que nos revela la experiencia de la cercanía que tiene el sujeto con respecto a su igual, a su par, a su semejante; es decir, con el otro, con los otros.

La dialéctica de los celos y la rivalidad imaginaria inserta en el campo del sujeto con respecto al otro, podemos observarla desde dos instancias diferentes planteadas por Lacan en sus primeras épocas de enseñanza, a saber: desde el estadio del espejo, por ser éste un estadio que nos recuerda que la agresividad, con respecto al otro, está desde siempre ahí, es constitutiva, es primordial. En segundo lugar, podemos entramar la agresividad que es propia de los celos en la lucha a muerte que tienen el amo y el esclavo, tal como lo presentaba Hegel y en la cual se encuentra la primera proposición que hace Lacan del deseo tal como se lo concibe en el terreno de la experiencia psicoanalítica.

La agresividad originaria en el estadio del espejo
El estadio del espejo[4] es esa instancia que permite observar la constitución primera del sujeto, en el sentido del yo, tal como lo revela la experiencia psicoanalítica.
Entonces, el estadio del espejo, es ese hecho que se puede observar en el cual el sujeto, en la edad que oscila entre los 6 y los 18 meses, se reconoce en un espejo cualquiera; la manifestación visible de este reconocimiento precario es una sonrisa que se dibuja en su rostro, diferenciándose así del chimpancé (y por ende de todos los animales) el cual nunca se reconocerá jubilosamente, como lo hace el sujeto. Sonrisa, entonces, que se da por la introducción de ese Otro que carga o ayuda al sujeto a sostenerse y le dice ante la imagen que aparece en el espejo: “ése eres tú”.

La dialéctica de este reconocimiento contiene dentro de su efecto, además del primer esbozo que tiene del yo, una agresividad que está como primaria, como constitutiva, como primera.
Es necesario que nos concentremos en la etapa previa al reconocimiento que evidencia el espejo. ¿Qué es lo que sucede en esa etapa anterior a todo conocimiento de sí, si es que éste puede darse? Hay un nivel, que es el nivel del cuerpo del niño en su época más arcaica en el cual experimenta una incoordinación motriz por la maduración a la que está expuesto el ser humano desde su constitución. El ser humano, como todos sabemos, carece desde su nacimiento de los elementos que puedan proporcionarle la subsistencia mínima contra los peligros y riesgos de la naturaleza y los otros, es decir, hay una inmaduración biológica desde el principio; mientras otros animales nacen con pelaje propio de su especie, con garras, con colmillos, etc., el ser humano nace desprovisto de este tipo de mecanismos que permitan su supervivencia; en otras palabras, nace inmaduro en el sentido biológico del término y esto trae consecuencias importantes en lo tocante a lo psíquico en el momento del reconocimiento en el espejo. El niño pequeño presenta, gracias a esta inmaduración, una incoordinación motriz propia de su desarrollo biológico y este campo de movimientos sin orden causa un efecto psíquico de desunión en la percepción del cuerpo del sujeto, esto es, en el campo de lo imaginario lo que primero existe es una fragmentación originaria que presentifica una desaparición que está antes de todo, desaparición que significa aniquilación o muerte del sujeto.
En el momento de la confrontación del niño con el espejo y más allá de ahí, con la imagen que está en el espejo, imagen del sujeto unificada frente a la experiencia de fragmentación del cuerpo se da una agresividad ubicada en el momento de la transición de la imagen fragmentada a la imagen unificada, es decir, en el momento del encuentro del sujeto con la imagen del espejo, el niño presenta una agresividad fundamental propia del estado de fragmentación que lo acompaña desde el principio, agresividad que se encuentra anudada a ese estado que presentifica la muerte en su estado más primario; entonces, el sujeto, en el momento en que se encuentra con esa figura completa del espejo, toma para sí mismo la figura completa mientras que deja para el otro del espejo esa figura fragmentada que lo acompañaba desde siempre; en otras palabras, tomará la imagen y la tranquilidad que le brinda esa imagen completa de su cuerpo mientras que dejará para el otro del espejo, para su doble, la imagen fragmentada y la agresividad que a ésta la subyace.
La condición particular es que siempre, en lo tocante a la agresividad, estará ahí, eternamente, puesto que el sujeto, tal como lo revela el psicoanálisis, nunca alcanza un estado total de unificación de su yo; esto es, el yo del sujeto, por su constitución y configuración, estará siempre recordado en su fragmentación más arcana y este recuerdo de fragmentación vendrá del otro y, como consecuencia de esto, también vendrá la agresividad que está siempre latente.
Podemos pensar que los celos son esa instancia del otro que recuerda al sujeto su propia fragmentación, ya venga ésta del ser amado (a) o del mismo rival en el campo imaginario. En la relación dialéctica que se tiene con el otro, sin importar quién sea, existe siempre la posibilidad del encuentro con nuestro propio estado primero y esto ocasiona, podemos inferir siempre desde el estadio del espejo, las explosiones de agresividad, tanto de forma pasiva como de forma activa, de ese fenómeno que llamamos la celotipia, es la agresividad que retorna desde el inicio de nuestro tiempo, pero ahora reactualizada y enviada hacia el otro.

En el campo de las relaciones del sujeto con el otro abocadas a la celotipia mencionaremos nada más que éste estado de la agresividad, ya que, como tan maravillosamente lo describió Freud en su caso Schreber[5], para la condición de la celotipia pueden existir diferentes posiciones con respecto a la misma, nos interesa solamente la condición de la agresividad puesto que en los tiempos actuales se da una exacerbación de ella en lo que Colette Soler ha llamado el retorno de lo real como condición del cambio de discurso que se ha operado en este tiempo, a saber, el paso del discurso del amo al discurso capitalista.

La dialéctica del deseo: la lucha a muerte por el deseo, el deseo de reconocimiento…
Para Lacan, el deseo, es un movimiento que puede definirse sencillamente, –sobre todo en los inicios de su etapa de enseñanza: el deseo, tal como lo concibe el psicoanálisis, es deseo de reconocimiento, es deseo de ser reconocido. Es claro que esta posición lacaniana con respecto al deseo cambiará con el paso del tiempo; de ella nos interesa extraer el concepto de la relación dialéctica que tenía Hegel, pues es de él de quien toma este concepto de deseo, es también el concepto de agresividad, extraído éste del campo de lo imaginario, agresividad que subyace a toda relación humana, si así podríamos formularlo.
El deseo, tal como es concebido por parte de Lacan en esta etapa de su enseñanza, no es más que la lucha que sostienen, tanto el amo como el esclavo por el reconocimiento de sí mismo ante el otro; sabemos por la historia, que el dominio del amo primó sobre el deseo del esclavo, la cuestión radica en que el esclavo estará siempre trabajando, luchando, avanzando a través de los milenios para que su deseo de ser reconocido de haga realidad y poder dominar así al amo.
En la relación del sujeto con el otro, podemos ver que esta lucha por el puro prestigio puede enmarcarse de alguna manera en el fenómeno de los celos: en tanto la lucha del sujeto por el reconocimiento del ser amado o del rival como un posible amo, en esto consiste el deseo de reconocimiento.

En este corto recuento de las posiciones lacanianas con respecto a la constitución del yo y el deseo en el sentido psicoanalítico del término, posiciones muy primarias de la enseñanza de Jacques Lacan, podemos encontrar algunas elucidaciones con respecto a la relación, siempre dialéctica, del sujeto con el otro (los otros) y la agresividad fundamental que a esta relación siempre subyace, agresividad que podemos observar con una claridad casi deslumbrante en la clínica psicoanalítica con respecto a ese fenómeno tan conocido, y común en nuestros tiempos, de la celotipia.

Mayo 2008
[1] http://diccionarios.elmundo.es/diccionarios/cgi/lee_diccionario.html?busca=celo
[2] Uribe, Juan Guillermo. ¿Por qué se reúnen los analistas? Inédito
[3] Lacan, Jacques. El Seminario, libro III, Las psicosis. Buenos Aires. Ediciones Paidós
[4] Lacan, Jacques. Escritos I, El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. Ciudad de México. Siglo Veintiuno Editores. 1980.
[5] Freud, Sigmund. Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente. Obras Completas, tomo XII. Buenos Aires. Amorrortu Ediciones. 1995

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