UN PLUS-DE-MIRADA[1]
Antonio
Quinet[2]
Psicoanalista A.M.E. de la Escuela de Psicoanálisis del Campo Lacaniano - Foro de Río de Janeiro IF
“– Hoy tendremos una de
las más bellas vistas de la Riviera Francesa”, le dice al elegante hombre con
smoking la hermosa rubia con su vestido blanco de baile que deja a la vista sus
hombros descubiertos.
La escena transcurre en
el departamento, de noche, frente a la ventana que da al Mediterráneo de donde
se arrojan fuegos artificiales, bajo una dulce penumbra. Ella apaga las luces
para ver mejor el espectáculo y fisgonear a su acompañante, haciéndole confesar
que es un gatuno.
“– ¿No te pone nervioso
saber que aquí hay millones de dólares en diamantes y que no puedes tocarlos?”.
Al ver que él ni se inmuta, ella va más lejos: “– Preparaste todo el plan, te
pusiste tu ropa negra con zapatos de suela fina, agarraste la soga, bajaste
hasta la ventana y entonces te diste cuenta de que estaba cerrada. ¿No se
transformaría en frustración la ansiedad? ¿Qué harías?”.
“– Me iría a casa a
dormir”, responde él sin inmutarse.
“– Todo está allí, al
alcance de tu mano, pero no lo puedes agarrar…”. Después de decir eso, ella
retrocede, su rostro desaparece en la oscuridad y sobresale el collar de
diamantes reluciente en su cuello descubierto. “– Las piedras brillan de este
lado de la ventana. Y su dueña duerme profundamente…”. En el lugar de su lindo
rostro, se ve una mancha de sombra y en frente reina el brillo de la joya.
En el Paroxismo de la
seducción, para estimular el deseo de su presa, se aproxima, acaricia el collar
y dice ardiente y disimulada: “– Brillantes… con delicados hilos de platina”.
Ella lo seduce con la
carnada del collar, carnada de la mirada. La escena romántica que se aproxima
es escandida por imágenes de explosiones de fuegos artificiales. “– Aun en la
oscuridad sé a donde miran tus ojos”, dice la seductora, haciéndole tocar los
brillantes. En ese momento se desvela el artificio femenino: él le dice que el
collar es una imitación. “– But I´m not”,
dice Grace Kelly sellando la gloriosa conquista con un beso en la boca de Cary
Grant, the cat, en la película de
Hitchcok, To catch a thief.
Triunfo de la mirada:
en el brillo de las joyas, en la explosión de los fuegos artificiales, en el
juego de luz y sombra, en la belleza de Grace Kelly. Goce del espectáculo,
causación del deseo.
Ente la mujer y el
hombre, un brillo, un fulgor, un deseo – plus-de-mirada.
Allí donde La Mujer no puede ser vista, ni dicha, ni aprehendida, irrumpe la
mirada, haciendo existir el deseo del amante.
**
Menwith Hill, cerca de
Arrógate, en Yorkshire (USA). Estamos en la mayor base de espionaje (de
satélite y comunicación) del proyecto P415, un sistema de vigilancia global
electrónica preparado para funcionar en todo el mundo, captando llamadas, fax, mails
del mundo entero. Proyecto para el siglo XXI que pretende la visualización de todos los mensajes que ocurren en el
planeta. El sistema más utilizado de espionaje electrónico se llama Echelon. Su potencial de interceptación
de mensajes diarios llega actualmente a dos mil millones de mensajes privados y
la selección se hace por inteligencia artificial.
En Menrith Hill
trabajan 1.200 hombres y mujeres mirando al mundo a través de sus satélites,
entre los cuales se destaca Big Bird, satélite de reconocimiento fotográfico y
captación de escucha al que hacen pasar, como a otros, por satélite de
meteorología. Big Bird es la versión actual y real, ya no ficcional, del Big
Brother del libro 1984 de George
Orwell, cuyo ojo estaba presente en todas las casas, calles y ciudades,
controlando a todo el mundo.
El proyecto P415 de
espionaje total, coordinado por la National Security Agency (NSA), del cual
forman parte Inglaterra, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos,
pretende que todos seamos transparentes. Existen bases de espionaje en
desarrollo en Alemania y en China. Es el panoptismo
en su versión capitalista, pues su objetivo es primordialmente las áreas
financieras y comerciales. Es el producto de la industria de la vigilancia.
Encontramos allí el
colmo de la sociedad escópica, donde no sólo existe el imperio del video y de
la televisión, y el imperativo de ser visto, sino también la utilización de la
tecnología científica para hacer existir la mirada y poner en práctica una razón
paranoica, en que todos se sientan vigilados, pues de hecho esa posibilidad
está permanentemente presente. Producción de plus-de-mirada en su versión de malestar de la cultura.
**
Estos dos ejemplos tan
dispares nos muestran la presencia y la importancia de la mirada en la
actividad y en la sociedad contemporánea. Nos proponemos mostrar, desde el
psicoanálisis, la estructura del escopismo
en su multiplicidad sin, no obstante, agotar el tema o revisarlo
bibliográficamente.
El psicoanálisis se
inicia con el corte de la visión para hacer la libre asociación. Freud rechazó
la escena histérica dirigida por Charcot para iluminar la Otra escena. Del mismo
modo, el inicio de cada análisis reproduce el corte freudiano cuando el
analista le señala el diván al analizante, como lo hemos desarrollado en
trabajos anteriores (Quinet, Las cuatro
condiciones del análisis, 1996). Se apagan las luces de la reciprocidad de
las miradas para hacer valer el nivel escópico de la pulsión; allí se ubica el
fantasma fundamental y se desdoblan sus guiones cinematográficos.
Nuestro desarrollo
conceptual y clínico de la mirada y sus emergencias tiene como base, en ese
libro, los fundamentos de Freud sobre la pulsión escópica y los de Lacan sobre
el objeto a en su modalidad de mirada.
Pero desde la Antigüedad ya encontramos esbozado, aludido y figurado lo que
planteará el psicoanálisis.
Del
fuego a lo invisible
En la Antigüedad, la episteme de la similitud, dada por la
óptica, permite la identificación de la mirada con la luz, del rayo visual con
rayo luminoso –color, reflejo, resplandor y brillo participan de lo bello,
deseo de saber son contiguos y también participan de la mirada. No se trata de
alabar al genio griego y decir que perdimos su herencia, sino, más bien, de subrayar
que el psicoanálisis, con Freud y con su concepto pulsión escópica, y con Lacan y su concepto objeto mirada, puede ofrecer la estructura de algo referente al
escopismo que había sido planteado en la Antigüedad, en la filosofía, en la
óptica, en los mitos y en el teatro (Edipo
Rey es su paradigma).
Estos dos aspectos de
la mirada, presencia en lo visible y en el deseo, serán apagados por la episteme de la representación que
caracteriza el clasicismo, con lo que le añade la óptica geométrica y la fenomenología
de la percepción, excluyendo el campo visual al deseo y al goce.
Merleau-Ponty, en El ojo y el espíritu, notó que en
Descartes el pensamiento no tiene nada más que ver con lo visible y que, desde
entonces, nada más queda del conocimiento analógico de los griegos. Gerdad
Simon, en Le regard, l´etrê et
l´apparence dans l´optique de l´Antiquité, comentó que, desde la ciencia
clásica hasta el siglo XVII, no podemos pasar sin el ojo y la mirada, que
realizan el “misterio de la transmutación de lo visible a lo visto” (1988). Y
Max Milner, en On est prié de fermer les
yeux, concluye su notable trabajo sobre la mirada en la mitología griega y
en la literatura con la afirmación de que “el psicoanálisis introduce en la
reflexión sobre la mirada humana una dimensión que (…) la óptica de los
antiguos albergaba, pero que la óptica geométrica, de la cual somos tributarios
en la mayor parte de nuestra existencia y de nuestro pensamiento, corre el
riesgo de ocultar totalmente” (1991: 252).
Nuestro interés, en
este trabajo, no fue inspirado por una epistemología de las fuentes lacanianas
que dieron origen al concepto mirada
como objeto a, sino, más bien, por la
relectura de los textos filosóficos, muchos referidos por Lacan, para
aprehender mejor las diversas modalidades de emergencia de ese objeto tan
inaprensible y extraer mejor sus consecuencias teóricas y prácticas.
De este modo, nuestra
mirada, nuestra lectura, no fue neutra. Armados con los conceptos analíticos,
planteamos algunas consecuencias en que los resultados del psicoanálisis
convergen con los de la filosofía. Así, delineamos, según el modelo lacaniano,
una esquize entre la cisión y la
mirada en Platón: la visión está del lado de los simulacros, de los cuerpos, de
los objetos, de los artefactos y hasta de los objetos matemáticos. Pero, allí
donde falla la visión, en el dominio de las ideas, emerge la mirada, la theoria. Y la actividad del filósofo es théorein, contemplar, examinar,
observar, meditar –donde la mirada se hace causa de saber–.
Si Aristóteles
justifica el deseo de saber señalando un goce escópico de contemplación, y si
san Agustín y santo Tomás de Aquino
evocan la “codicia de los ojos”, fue Freud, sin embargo, quien conceptuó la
libido con el saber, cuya causa es el propio objeto de pulsión escópica. Es lo que demuestra nuestro
análisis de la obra de Sófocles: el objeto causa del deseo de saber que animaba
a Edipo se revela, al final, como mirada. Y el saber se vuelve eso:ver. Le savoir: ça voir. Es lo que se
verifica en el proceso analítico principalmente en el pase (el pasaje de analizante y analista) al final del análisis.
La articulación entre
el saber y la mirada que encontramos en la óptica y la filosofía de los
antiguos es un hecho de estructura, como lo demuestra la teoría del objeto
mirada y de la pulsión escópica en el psicoanálisis.
El concepto de pulsión escópica permitió al
psicoanálisis restablecer una función de actividad para el ojo, ya no como
fuente de visión, sino como fuente de libido. Donde los antiguos plantean los
conceptos de rayo visual y fuego de la mirada, el psicoanálisis descubre la
libido de ver y el objeto mirada como manifestación de la visa sexual. Allí
donde estaba la visión, Freud descubre la pulsión.
Con el advenimiento de
la ciencia de la luz y con el imperio de la evidencia inaugurado por Descartes,
el misterio del ojo se desvanece y cede su lugar a la física de la visión, que
crea un espacio matemático hecho para los no-videntes.
La edad moderna
instaura un nuevo cogito de la
visión, correlativo al discurso de la ciencia, sin el cual todos los aparatos
de ver, de grabar, de filmar que proliferan sobre el planeta jamás hubieran
aparecido. Ese cogito de la visión
del filósofo de las ciencias se podría enunciar del siguiente modo: pienso, luego veo, completado con veo luego soy. El pensamiento puede ver,
pero queda excluido de la mirada.
A partir de la ahí la
percepción visual se dividirá en tres categorías: física, neurológica y mental,
con la cuestión de la representación. El espacio, descrito en función de la
visión, no es efectivamente visual. Se trata del espacio geométrico que un
ciego puede “ver”. Por otro lado, en sus meditaciones, el hombre que sigue las
reglas de la dirección del espíritu alcanzará la certeza de las cosas, como lo
propone Descartes, pues no es para nada necesario ver, la visión engaña. El
orden de lo visible queda excluido y, con eso, todo se vuelve “visible” para la
razón. De este modo se realiza el pasaje del fuego de la mirada que ilumina las
cosas al espacio determinado por lo simbólico de la matemática. En la nueva
división de los subjetivo y lo objetivo, de res
cogitans y res extensa, no hay
lugar para la mirada.
A partir de Descartes,
el ojo de la razón ilumina las cosas y al deseo le reserva las tinieblas. Desde
entonces, fue necesario esperar a Freud para sacarlo de allí, y a Lacan para
elaborar la estructura del campo visual con el deseo y el goce incluidos.
La fenomenología de
Husserl incluye al sujeto en el fenómeno, y Merleau-Ponty incluye al cuerpo.
Lacan, partiendo del psicoanálisis, demuestra que el fenómeno ya está
estructurado por las relaciones significantes que constituyen el registro
simbólico y, concordando con Husserl, incluye al sujeto en el fenómeno, pero el
sujeto del que se trata, lejos de ser unificado y objetivo, es un sujeto
dividido y determinado por el lenguaje.
Pero lo que le da la visibilidad al vidente es
la mirada como objeto a, objeto
invisible que se encuentra en el fundamento de la visibilidad: hace del sujeto
que percibe como objeto percibido. La mirada como objeto a suministra el fundamento de la existencia de una “mirada en el
espectáculo del mundo”, ya indicada por Merleau-Ponty. La pulsión está en la
base del dar-a-ver del sujeto y lo
afecta con una mirada que, aunque esté excluida de la visión, lo objetiva.
El psicoanálisis nos
enseña que el campo visual está comprendido en los tres registros señalados por
Lacan: lo imaginario del espejo, lo simbólico de la perspectiva y lo real de la
topología, en que se incluye la relación del sujeto con el objeto mirada.
La fenomenología
lacaniana incluye el deseo y el goce en el mundo de la percepción y se instruye
con la topología, que nos ofrece las estructuras del sobre (cross – cap) del campo escópico que
podemos mostrar con el cross cap,
superficie topológica que demuestra lo real de la estructura, en la cual el
sujeto se encuentra en exclusión interna con su objeto.
Con Lacan, el
psicoanálisis levanta el velo del horror que provoca el goce escópico y nos
hace descubrir que la mirada de la Medusa está en la posición de comando en
nuestra cultura, dado su efecto de petrificación y fascinación.
Agujero
de la mirada
A lo largo de nuestro
recorrido, hicimos girar a la teoría psicoanalítica en torno de la mirada –ese
agujero iluminado en el lugar del Otro para el sujeto–.
La estructura moëbiana del nudo de la pulsión escópica
“mirar/ser mirado” se articula con la castración en el Otro, donde la división
del sujeto es el efecto de la doble hendidura del ojo y del sexo del Otro. Esta
hendidura del sujeto que se divide frente a la castración del Otro repercute en
el campo visual y en la realidad, que se constituye como un velo sobre la falta
fálica y sobre la mirada que escapa a la percepción de esta realidad. La
realidad visual del percipiens se
sustenta en la cortina que vela no sólo la falta en el Otro, sino también la
presencia de la mirada que la connota.
Y es la pulsión
escópica la que le da el carácter de belleza al objeto deseado del mundo
sensible y le permite al sujeto que lo “toque con los ojos”, desnudándolo con
la mirada. El goce escópico, la Schaulust
que esta pulsión proporciona, es el goce de los espectáculos; pero trae
también, al ser develado como objeto, el horror, pues la mirada sólo se puede
ver a costa del desaparecimiento del sujeto, pues toda pulsión es, también,
pulsión de muerte.
La pulsión escópica no
encuentra apoyo en una demanda, como las pulsiones oral y anal. No hay etapa
escópica en el desarrollo libidinal, pues el escopismo es constitutivo de la
libido, del propio deseo –de ahí que la pulsión escópica sea paradigmática de
la pulsión sexual–. Ella le da al ojo su función háptica de tocar con la mirada, de desnudar, de acariciar con los
ojos. El campo visual es óptico, así es, pero la pulsión sexual lo vuelve háptico.
La mirada como objeto a es lo que mejor demuestra el carácter agalmático del objeto causa del deseo.
El agalma es siempre descrito, por su
esplendor y su belleza, como lo que brilla como una joya fulgurante bajo la
luz, como un punto de donde parte la luz, y así es como también se puede
representar la mirada como objeto a.
el objeto agalmático viene a
representar la mirada como objeto a,
en torno del cual la pulsión hace la vuelta y, de ese modo, es causa del deseo
para el que cae en su trampa, cautivado por sus atractivos. El carácter de
objeto agalmático, como adorno,
ornamento que se ofrece a los dioses, es como el trompe-l´oeil, una trampa para las miradas: agalma engaña la mirada para hacer valer la mirada. De hecho, es la
pulsión escópica que hace de una persona un objeto excitante y atractivo, con
el carácter de lo bello. El objeto mirada, en tanto objeto pulsional, emerge en
el campo de deseo del sujeto y viste de belleza a quien causa el deseo del
sujeto. La pulsión agalma el objeto
al vestirlo de belleza.
Al estudiar el pudor
verificamos que la mirada como objeto de deseo “que ruboriza” revela la
posición femenina como la de quien es mirado, y la posición masculina como la
de quien mira. Falo y mirada se conjugan, de ese modo, sobre el cuerpo de la
mujer. La mirada como objeto a viene
a reemplazar a La Mujer que no existe.
Para todo sujeto, el
saber encuentra su fuerza pulsional en la fuerza escópica, y el deseo de saber
es una transformación, una derivación del deseo de ver. Éste se articula, como
todo deseo, con los obstáculos (represión, desmentido, forclusión) propios de
las estructuras clínicas. Un análisis que va hacía su final permite levantar
los obstáculos del deseo de saber.
La mirada puede ser
imaginada por el sujeto a través de un ruido cualquiera que denote la presencia
de alguien, pues la mirada asombra lo visible.
La mirada es el objeto
de la angustia cuando la pulsión escópica se revela como pulsión de muerte: la
mirada es portadora de un goce mortífero. “No soporto que me miren. ¡Sería tan
bueno si todo el mundo fuese ciego!”, me dice un paciente. La diferencia entre Lust y Genuss, las dos vivencias del goce (placer y displacer) hace del
objeto mirada causa de un júbilo pictórico y a la vez objeto de una angustia
imposible de soportar, como la mirada de Medusa, con doble valor.
Descubrimos que la
mirada está siempre presente en el afecto de angustia, cuyo término freudiano Augenangst se puede generalizar al
traducirse por Angustia escópica.
La falta en el
Otro corresponde a una ventana vacía –agujero dejado vacío por el objeto desde
siempre perdido–. La estrategia del sujeto es hacer que el objeto causa del
deseo vuelva a la ventana vacía. Por eso, o bien usa al yo como imagen del otro, [i(a)],
sobre imaginario del objeto, o bien al fantasma, [$<>a], que pone en escena su relación con el objeto. En suma, el
sujeto aloja un espejo o un cuadro en el vacío dejado por la extracción del
objeto a en el campo del Otro.
Lo imaginario
del espejo esconde que el cuadro de la fantasía muestra la estructura
subjetiva. La imagen narcisista vela al sujeto del deseo mientras el cuadro de
la fantasía lo muestra. Pero ambos engañan al esconder el agujero en el Otro y,
por tanto, sustentan su consistencia imaginaria y su existencia supuesta como
garantía del sujeto. Esa estrategia subjetiva es posible, pues ambos, el espejo
y el cuadro, contienen al objeto a
mirada, según los matemas que le corresponden: [i(a)] y [$<>a].
El objeto mirada
reina invisible en el campo imaginario como soporte del deseo al Otro que lo caracteriza. Hace del yo una instancia de espectáculo: actor y espectador. Actos, se da a
ver para agradar al Otro, para suscitar su deseo; espectador, espía al otro que
lo espía para mejor engañarlo.
El cuadro del
fantasma que para el neurótico es la “obra de arte de uso interno del sujeto”,
son los anteojos con los cuales ve la realidad. El análisis debe llevar al
sujeto a ver que el fantasma no es más que un cuadro que puso en el marco de su
ventana de lo real.
En nuestro
análisis del Edipo, destacamos la disyunción entre la mirada de aprobación del
ojo de un padre benevolente en el lugar del ideal del yo y la mirada del
superyó, que vuelve en ese lugar como empuje-al-goce escópico. El sujeto está
siempre a la espera de una “comida totémica” donde podrá transgredir la ley.
Pero la orgía del goce se presenta, según Freud, como un “exceso comandado” en
que el sujeto, en el registro escópico, se ve forzado a darse a ver, como pasto para el ojo goloso del Otro.
El dar-a-ver del deseo es el correlato del
hacerse mirar de la pulsión. La estrategia del sujeto es atribuir la mirada
como objeto al Otro para satisfacer su dar a ver. Estrategia ambigua, puesto
que en el continuum entre Lust y Genuss la mirada que el sujeto atrae puede volverse la mirada de la
cual busca protegerse. Mirada representada por un punto luminoso, como la
muerte y el sol, que no se puede mirar de frente pues es también pulsión de
muerte.
El sujeto, en su
estrategia pulsional, atribuye la mirada al Otro según su estructura clínica:
el neurótico supone al otro como soporte de la mirada para causar su deseo o su
angustia; el perverso trata de devolver al Otro la mirada para hacerlo gozar;
el psicótico no tiene la mirada como objeto separado, sino como atributo del
Otro y, como tal, es la muerte que se revela como su expresión última. “En la
adolescencia [me decía otro analizante], cruzaba la plaza de mi ciudad mirando
al piso para no ver las miradas de los demás. Era como un campo de batalla. Y
hasta hoy, para mí, lo peor no es morir, sino pasar muerto por la plaza dentro
del cajón”.
El delirio de
observación no sirve aquí como paradigma del dar a ver en que el sujeto es
objeto de la vigilancia del Otro. Pues allí donde falta el velo del Edipo, la
mirada como objeto a surge en el
campo de la realidad y el sujeto se dedica a la constitución de velos
artificiales para esconderse, o pasa al ataque desenfrenado de ese Otro
panóptico cuya mirada debe perforar.
El a-más
escópico
Nuestra
sociedad, como ya se dijo, es una sociedad de espectáculo. Sin embargo, nunca
se articuló este carácter con la subjetividad, como lo hizo Guy Débord con los
medios de producción capitalista, aspecto que innegablemente no está ausente.
Queremos mostrar que se trata más bien de una sociedad escópica, productora de desecho de cultura, desecho de
goce en su modalidad escópica, producto del discurso del amo. Ese plus-de-goce es un plus-de-mirada. Es excesivo, imposible de soportar y a la vez causa
de deseo. El plus-de-mirada,
expresión que creamos, se inspira en el término plus-de-goce que Lacan usa para denominar al objeto a en el campo del goce, estructurado por
los discursos en tanto lazos sociales. Este término acentúa su carácter de
valor (derivado del término plusvalía
de Marx) que es el valor de goce, del cual el sujeto está excluido sin, no
obstante, dejar de ser por él causado. El objeto a, plus-de-goce, se
presenta como producto del discurso del amo, lazo instituidor relativo a la
instauración de la ley de la cultura con la consecuente exclusión del goce o,
en términos freudianos la consecuente exigencia de renuncia pulsional.
En el matema del
discurso del amo tenemos:
La ley (S1)
en el lugar del agente, el saber (S2) en el lugar del otro (sometido
a ese discurso), el sujeto ($) en el lugar de la verdad y el objeto a, simultáneamente como resto y
producto.
agente
|
otro
|
|
verdad
|
producto
|
S1
|
S2
|
|
$
|
a
|
En nuestra
sociedad actual, se privilegia la producción de mirada, como aparece en el
imperativo de la fama, de la celebridad y la transparencia, en el empuje-al-video (televisión, cine,
video), con la producción incesante de aparatos fabricados por la ciencia
tecnológica, y también en el control policivo, cuyo paradigma lo encontramos en
el programa Echelon, en que todos
deben ser vigilados todo el tiempo.
El discurso del
amo inscribe también la institución del sujeto: su determinación por el
lenguaje (el sujeto representado por un significante para otro significante), en
la repetición significante hay simultáneamente producción y pérdida de goce.
Esa producción/pérdida es representada por el objeto a, es decir, objeto plus-de-goce
sin representación en el lenguaje.
Ese objeto
representa el malestar en la cultura detectado por Freud, que encuentra su
origen en el superyó, en sus instancias de vigilancia y crítica, es decir, como
objetos plus-de-mirada y plus-de-voz. Un indicador sorprendente
en esta sociedad científica es la permanencia de la creencia en el “mal de ojo”,
mostrando que el malestar tiene que ver con el “mal-mirar”. Nuestra sociedad
escópica es productora del plus-de-mirada
que, al entrar en el discurso capitalista, se presenta como un gadget visual, como objeto comprable que
causa el deseo del sujeto.
Una ética de la
mirada es lo que resulta de nuestro análisis, que señala que la mirada es un
agujero, que el Otro es ciego por ser inconsciente y que la mirada es una
chispa, un fulgor, un relámpago que se enciende en un instante, como fuego
artificial, el brillo de una joya que eterniza el deseo, bello deseo, deseo
escópico. Kalopsitas.
Referencias bibliográficas
Merleau
Ponty, [sic], El ojo y el espíritu,
Montevideo, Altesor.
Milner, Max, 1991, On
est priè de fermer les yeux, Paris, Gallimard.
Quinet,
Antonio, 1996, Las cuatro cindiciones del
análisis, Buenos Aires, Atuel Anáfora.
____________, 2002, Um olhar a mais – ver e ser visto na psicoanálise, Río de Janeiro,
Jorge Zahar editora.
Simón, Gerar, 1988, Le
regard, l´être et l´apparence dans l´optique de l´Antiquité, [s.d.]
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