Entrevista a Jaques Lacan en Barcelona. Biblioteca SALVAT. Realizada por Ma. José Ragué


Entrevista de Jacques Lacan en Barcelona, realizada por Mª. José Ragué para el volumen 28 (Freud y el psicoanálisis) de la Biblioteca SALVAT de grandes temas (1973)

Se ha hablado de una mitología del psicoanálisis. ¿Qué opina usted de ello?
Son muy fuertes los mitos que los psicoanalistas creían que debían reverenciar para hacerse admitir en la buena sociedad desde hace algún tiempo, desde la época misma en la que yo comencé la labor de disolver esos mitos.
Esto no significa que tales mitos no fueran vivos. La tradición lo prueba. Los mitos provienen de una cierta economía del placer. Pero van más allá. Lo que se llama Universidad, se encarga de ellos, su papel es conservar esos mitos.
Me dirán ustedes que el mismo Freud parece sacrificarse a los mitos. Es cierto, se sacrificó a ellos; en su tiempo él no podía hacer otra cosa si quería ser admitido.

¿Es usted el “portavoz” de Freud? ¿Su escuela es freudiana?
Yo he partido de Freud para enfrentarme con aquellos que decían asumir el psicoanálisis en nombre de Freud y que extraían provecho con esa práctica.
Me vi obligado a decirles que su práctica psicoanalítica o era un engaño o se limitaba a fundamentarse en un juego efectista de palabras. Yo opinaba que “si con sus pacientes –antes los llamaban así, lo único que pueden intercambiar son palabras, al menos establezcan ustedes mismos las reglas”.
La función de la palabra sólo puede explicarse al definir el campo del lenguaje. Esos dos términos son el título de un discurso que pronuncié en Roma, en 1953, y del que surge mi escuela después de muchas dificultades.
Mi escuela efectivamente es freudiana, y eso no debe extrañar, ya que demostré claramente que los testimonios aportados por Freud de la existencia del inconsciente, de los sueños, de los lapsus y ocurrencias ingeniosas, sólo son interpretables sobre el texto de lo que se dice a través de la palabra del propio interesado. Este es un hecho patente en las tres obras que Freud ha escrito sobre cada uno de esos temas y que constituyen el punto de partida de su “pensamiento”.
Mi escuela debe, por tanto, entenderse freudiana en el sentido de fundada en Freud. Hoy, París, es el único lugar en el que hay analistas que, sin desdeñar las prácticas de la medicina, saben que ésta no les sirve de nada.
La fundación de mi Escuela tenía, entre otros, el objetivo de clarificar posiciones son la pretendida internacional psicoanalítica, cuyos problemas se debaten en un ambiente sórdido.

Según usted, “el psicoanálisis nos asegura que existe bajo el término inconsciente algo calificable, accesible y capaz de ser objetivado”. ¿Qué es, pues, el inconsciente?
Ante todo, conviene aclarar que el inconsciente no es una aspiración del alma, ni un recuerdo de la infancia, ni una regresión del “desarrollo psíquico”. Considerarlo así sería lo mismo que reducirlo a los mitos clásicos de que se nutre la psicología universitaria.
A primera vista el nombre parece no estar mal escogido. El inconsciente es lo no-sabido (in-su) de un saber, es decir, un saber que no tiene sujeto, un sujeto que sepa.
A partir de ahí podemos clarificar su nombre: el instinto. Es con este nombre que desde siempre se designa un conocimiento cuya evidencia choca con la realidad animal. Un animal que sabe picar a su presa en el lugar exacto del cuerpo para paralizarla, ¿conoce la anatomía de ésta? No nos atrevemos a creerlo. ¿Por qué? ¿Por qué no puede conocer la anatomía del adversario? ¿Por qué los animales saben ocultar una cría que no pueden cuidar para protegerla el tiempo necesario para que se desarrolle?
Ahí es donde se funda la interpretación del instinto que los psicoanalistas falsean en todas las lenguas, al traducir lo que Freud designó con la palabra Trieb (impulso, pulsión), que en inglés se traduce bastante bien por drive (cosa que se deriva), y en francés por dérive, lo cual es una solución transitoria y desesperada hasta que se logre dar a la palabra su acuñación ideal. Yo prefiero dejar que la descubran los que me leen. En ocasiones la designo como lalengua, y nótese que reúno las dos partes en una. Esa manera de escribirla es la clave personal para designar lo que es el objeto de la lingüística. Uno entre muchos otros.
El conocimiento de lo que hay en el inconsciente es un conocimiento que se articula de uno o de varios lalengua. Es un saber que le ex-siste al individuo, es decir que le concierne aunque no lo sepa.
El concepto inconsciente (Freud dudó de su nombre) está lejos de expresar la verdad. El inconsciente sólo es saber, saber articulado en una forma lingüística.
El ser parlante se embrutece con la idea de instinto al atribuirlo a los seres que no saben hablar, a los animales, según él.

¿Qué es lo que Freud no captó en su labor de análisis?
No abusemos del genio de Freud. Incluso el genio necesita el favor del cielo para aparecer.
La ciencia descendió del cielo, eso es tangible en la historia. Incluso es la única objeción que se le puede hacer. La bestia humana es de la Tierra como observaba Pascal, y esas maravillas que ahora debe a la ciencia y que reverencia muy pronto se dará cuenta de que no hacen más que estorbar. Sin embargo, tendrá que acostumbrarse.
Lo que quizás Freud no consideró es que la ciencia tiene sus límites: esa es su principal debilidad. Su esperanza en la “sexología” es cómica, cuando precisamente su experiencia le demostraba que el saber del inconsciente es lo que el ser parlante inventa... para satisfacer los “deberes” de su reproducción, quizá.
Le era necesario inventar ese inconsciente, para contestar al malestar de su cultura, provocado por el advenimiento de la neurosis como tal.
Antes, nunca se habló de nada parecido. Todos se bañaban en la “verdad” del pecado original.
El amor, el verdadero amor, tenía que estar en otra parte, fuera del sexo. Podría decirse que se escondía por doquier. Sólo se hablaba de una “divina comedia”, pero a condición de que las mujeres estuvieran lo más lejos posible.
Todo ello constata el hecho de que no se quería saber nada del inconsciente. Se le temía. Apriorismo justo, ya que el inconsciente no tenía nada que hacer en ese coloquio del amor loco.
¡Y ese es nuestro destino, tener que inventar el inconsciente! Y subrayo: nosotros los inventamos. Lo que hemos “descubierto” (no inventado) es únicamente su lugar, que está allí desde siempre, de eso no cabe duda alguna, pero sin explorar.

¿Cuál es el fruto de sus cursos sobre el sujeto y qué es lo que aporta a las teorías freudianas?
Indudablemente no se puede decir que Freud haya agotado el tema, pero completarlo es difícil. De momento, los cursos que he dado sobre el tema se limitan a desvelar el problema, para sólo para que el sueño prosiga mejor, concretamente el sueño de los que querían revolucionar el mundo, ya que creen en él.
De hecho, mi discurso es la única oportunidad de que el psicoanálisis vuelva a funcionar. Quiero decir que sólo a fuerza de atestiguar la verdad, tal como se presenta en la confesión que se le ofrece a cada uno por la experiencia analítica, el analista lograr hacer salir de su discurso una invención de saber, capaz de proporcionar un resultado, un fruto que sea un placer para todos y también para esas no-todas que son las mujeres en su acceso al hecho patente de que el ser parlante es el único en autorizarse en la elección de su sexo.
Es de ahí de donde partió Freud escuchando a las histéricas: cada una de ellas quería que el hombre ex-sista, a título de “por-lo-menos-uno”.



Entrevista realizada por: Mª. José Ragué.

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