El calendario decimal
Como si no fuera suficiente con el día de la madre, el día
del padre, día de la mujer, del trabajo, de los niños y tantas celebraciones
anuales más, ahora la nueva aberración de la sociedad de consumo es, nada más y
nada menos, que el “Día de los amigos”, al cual le asignó el segundo sábado del
mes de marzo el presidente de Fenalco –cretino con ínfulas de emperador romano-
Guillermo Botero.
Todo con el fin de vender, ya lo sabemos, de “incentivar el
comercio”, de reducir a la masa a lo que es, en términos de Palahniuk,
simplemente la bosta danzante del mundo.
¿Qué pasa entonces con el segundo sábado de septiembre, en
que celebrábamos el “día del amor y la amistad”?
Según la entidad, únicamente se celebraría el “día del amor”
en esa fecha.
¿Y entonces, el tal San Valentín que nos intentan meter a la
brava en febrero?
“Muchas preguntas son esas”, sería lo que seguramente
responderían los encargados de meternos la fiebre comercial por los ojos.
Vendrán en breve el día del hermano, la hermana, el tío y la
tía, el primo, el primo lejano, el día del perro propio y el del ajeno, día de
la mujer tetona y de la flaca “sintética”, del abuelo, la abuela, la bisabuela
y el padre por sospecha, sospecharía uno; y así las cosas los cumpleaños van
quedando casi en desuso o ya con poco valor, o se mezclan con la borrachera de
muchos que celebran cualquier cosa.
Y tratándose de borracheras, ¿por qué no fijar el tal día de
los amigos el 30 de abril o el 7 de diciembre? Digo, para no entorpecer el
proceso económico y laboral, pues bien sabido es que un domingo cualquiera se
trabaja mucho más que el día del trabajo o el de la virgen del santoral; válida
propuesta esta que, aunque robada a un amigo, no pierde mérito por pragmática.
No me voy a lanzar de nuevo contra las fechas comerciales,
qué diantre, no hoy. Tengo, sin embargo, una solución para que vayan cabiendo
tantas nuevas fechas agregadas, una que quizá en la infancia nos propusimos
todos pero que entendimos no parecía necesaria: el calendario métrico decimal.
El año, el nuevo año, tendría mil días, y se compondría de
diez meses divididos en diez semanas de diez días cada una; días de diez horas
de cien minutos, minutos de cien segundos. Habría que acomodar la unidad
mínima, claro, nada del otro mundo, ¡pero una nimiedad frente a las ventajas
que nos traería el cambio!
De entrada, aceptemos que nos quitará un poco de la idiocia
que en nosotros sembró la quietud mental: hemos de tener que hacer muchas
cuentas en el período de transición para entender las estaciones climáticas,
los períodos escolares, el tiempo de gestación, etc.; pero cabría todo tipo de
nueva celebración comercial ridícula, y además de eso, con prudente espacio
temporal entre una y otra, lo cual juega a favor de la salud pública física y
mental. Además, como ventajas adicionales, notaremos que el período de vida
natural humana se “reducirá” a casi una tercera parte de la cantidad de años, y
aunque sabemos que no será una alteración real sustancial, quizá nos incentive
para aprovechar al máximo el período que constituya esta enfermedad mortal que
es en últimas la vida; se podría fijar un día intermedio de descanso en cada
semana que nos ponga un poco más cerca de la familia, con facilidad
planearíamos empresas y oficios, los de los horóscopos tendrían que laburar en
serio para llevarse pan al hocico, y hasta podríamos ponerle nombres de famosos
ilustres a cada una de las cien semanas del año de mil días, como “Uribe”,
“Pibe Valderrama”, “Linda Palma” (qué bien está esa chica) o “Garavito”;
tendríamos quizá algo de ganas por celebrar muchos de los días que el comercio
cínicamente inventa y exitosamente impone, pero quizá lo más importante es que
padeceríamos apenas 10 días de “semana santa” cada otros 990, con lo cual
tendríamos menos tiempo de televisión basura, jornadas soporíferas y aburridor
sufrimiento que, por ejemplo, nos empuje a escribir toda una perorata sobre un
imaginario calendario métrico decimal como el que hoy, tan aburridoramente, me
tomado el atrevimiento de ponerte en la pantalla.
Pensalo bien, que podría resultar. En tanto, me suscribo con
un abrazo, relapso, nada santo.
Queen
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