La relación del neurótico obsesivo con su cuerpo
Gabriel Lombardi
Foro Analítico del Río de la Plata FARP
- IF
El síntoma, nudo
y tiempo de la estructura subjetiva
En psicoanálisis,
muchos progresos conceptuales se desgastan y esterilizan más o menos
rápidamente con el uso, y para revitalizarlos conviene tener en cuenta los
escotomas, la sordera parcial que han inducido. Quiero en primer lugar llamar
la atención sobre los efectos de la concepción que cristaliza una oposición
entre el síntoma clínicamente manifiesto y la estructura oculta. Por una parte
da a la estructura una profundidad que sólo es producto de una psicologización
del psicoanálisis – consistente en suponer un espesor sincrónico a algo de lo
cual sólo tenemos constancia que se despliega en la diacronía de la cura -. El
inconsciente es menos profundo que inaccesible a la profundización consciente,
señala Lacan, y es lasciate ogni speranza
a la entrada de El psicoanálisis y su
enseñanza. En un análisis no se trata tanto de profundizar, como de abrir
los sentidos del síntoma, los falsos sentidos, los que se apoyan en los ideales
y en la fantasía, los que pueden caer y dejar lugar a la raíz del síntoma que
alcanza lo real, y que conserva un sentido incluso allí.
Por otra parte,
esperando lo fundamental en lo oculto, esa concepción favorece el
desconocimiento del síntoma en lo que tiene de más evidente y define su tipo
clínico. Una vez que se ha cristalizado la oposición entre síntoma manifiesto y
estructura oculta, todo se confunde. Se diagnostica por ejemplo una histeria
por las fantasías o por los temas (la otra mujer), y se desatienden las
definiciones básicas: histeria quiere decir conversión, histeria quiere decir
–en la lectura de Lacan– que se miente al partenaire mediante la inscripción
del síntoma en el cuerpo, dicho de otro modo, que cuando el síntoma se inscribe
en el cuerpo se vuelve apto para el lazo social. Se requerirá de un análisis,
claro, para lograr que la Dora
de turno revele su participación en el síntoma a través de su complicidad con
el Otro y con la Otra ,
de su concepción oral del pulgar y de la mujer –se la conoce chupando–, de su
apelación fricativa a la oreja del hermanito y luego del analista. Pero lo que
hace de Dora una histérica, es el lugar donde se inscribe su síntoma. El
cuerpo, no el pensamiento ni la conducta como en la neurosis obsesiva, no el
organismo como en el síntoma hoy llamado psicosomático, no el delirio fuera de
discurso como en la hipocondría.
Lo cual no impide
sostener en cada caso la pregunta de Freud, ¿cuál es el síntoma?, ni darle
coraje para que dé manifestaciones más claras y explícitas de su texto y de los
sentidos que expresa. La histérica, aún si sabe que dice con el cuerpo, no sabe qué
dice con el cuerpo, no sabe el sentido y ni siquiera el texto de lo que se ha
escrito en el cuerpo, en la cercanía de otra entidad de superficie que es el
borde pulsional. Freud explica que tampoco el neurótico obsesivo conoce el
texto de las representaciones obsesivas que lo atormentan, ni Hans, el niño
fóbico, sabe a qué, exactamente a qué, le tiene tanto miedo. Aún cuando uno ya
ha adivinado el tipo clínico, la pregunta ¿cuál es el síntoma? merece ser
sostenida a lo largo del tratamiento. El espesor del síntoma no es sincrónico,
es diacrónico. Concebirlo así permite evitar suposiciones inútiles, y concebir
la estructura no en la profundidad, sino en los despliegues y en los repliegues
del tiempo.
Hay otro rasgo
esencial del síntoma que sólo el tiempo permite situar: lo que Freud llamaba su
“rasgo conservador”, que hace de él un elemento no sólo definitorio, sino
también definitivo de la estructuración del sujeto. En el Historial de Dora
Freud escribió:
“Ya tenemos
averiguado que un síntoma corresponde con toda regularidad a varios
significados simultáneamente; agreguemos ahora que también puede
expresar varios significados sucesivamente. El síntoma puede variar uno
de sus significados o su significado principal en el curso de los años, o el
papel rector puede pasar de un significado a otro. Hay como un rasgo
conservador en el carácter de la neurosis: el hecho de que el síntoma ya
constituido se preserva en lo posible por más que el pensamiento inconsciente
que en él se expresó haya perdido significado (…). Mucho más fácil que crear
una nueva conversión parece producir vínculos asociativos entre un pensamiento
nuevo urgido de descarga y el antiguo, que ha perdido esa urgencia. Por la vía
así facilitada fluye la excitación desde su nueva fuente hacia el lugar
anterior de la descarga, y el síntoma se asemeja, según la expresión del
Evangelio, a un odre viejo que es llenado con vino nuevo.”
Esto lleva a Freud
a conjeturar que sólo en un sentido prospectivo una terapia es causal; ella no
incide sobre los síntomas ya producidos –cauces incurables–, a lo sumo previene
la formación de otros nuevos. La vigencia de este rasgo conservador permanece
irrefutada cien años después de su hallazgo, se confirma hoy a partir de los
resultados obtenidos en el dispositivo del pase. Una vez vacío de las
significaciones que le aporta la fantasía, el odre viejo persiste, boquiabierto
y dispuesto a ser llenado con nuevos sentidos. Vale decir que no toda exigencia
pulsional puede ser tramitada y satisfecha en acto, porque queda siempre un
margen de pulsión insatisfecha que sintomatiza una parte del goce en la vida de
cualquiera. Incluso el Picasso más extraordinariamente capaz de sublimación, en
algún rincón del día padece lo pulsional –no lo actúa sino que lo padece–. ¿Por
qué no habría de pasarle al ex–neurótico que, aún curado en su análisis, aún si
adquirió la aptitud de analista, permanece
sujeto buena parte de su día, no vive en permanencia en la destitución
subjetiva requerida por su acto de analista?
El obsesivo y el
cuerpo
La definición de goce propuesta por Lacan –el
goce es la relación del ser hablante con su cuerpo[1]–
permite vislumbrar por qué el histérico es el analizante por excelencia. El
síntoma histérico reúne dos condiciones inigualables: la primera es que desde
el inicio está inscripto entonces en el lugar del goce –el
cuerpo–,
la segunda es que se trata de un síntoma social, capaz de enlazarse con el
deseo del Otro. El síntoma histérico es por eso el síntoma abierto a la
interpretación.
Muy distinto es el caso de la neurosis obsesiva, que es “un
asunto privado del enfermo”. El síntoma y el lugar del goce aparecen en él como
divorciados, incomunicados el uno respecto del otro, y cuando uno y otro se
aproximan en las asociaciones, emerge una angustia que contrasta con la bella
indiferencia de la histérica. El síntoma obsesivo no enlaza los cuerpos, más
bien los aísla. Es excelente la caracterización de esa neurosis que hace Freud
en Inhibición, síntoma, angustia,
donde muestra de paso hasta qué punto el cuerpo y el estilo asociativo son dos
cosas indisociables.
“Según toda nuestra experiencia, el neurótico
obsesivo halla particular dificultad en obedecer a la regla psicoanalítica
fundamental. Su yo es más vigilante y son más tajantes los aislamientos que
emprende (…) En el curso de su trabajo de pensamiento tiene demasiadas cosas de
las cuales defenderse: la injerencia de fantasías inconscientes, la
exteriorización de las aspiraciones ambivalentes. No le está permitido dejarse
ir; se encuentra en un permanente apronte de lucha. Luego apoya y fortalece
esta compulsión a concentrarse y a aislar: lo hace mediante las acciones
mágicas de aislamiento que se vuelven tan llamativas como síntomas y que tanta
gravitación práctica adquieren; desde luego, en sí mismas son inútiles, y
presentan el carácter del ceremonial. Ahora bien, en tanto procura impedir asociaciones, conexiones de pensamientos, ese
yo obedece a uno de los más antiguos y fundamentales mandamientos de la
neurosis obsesiva, el tabú del contacto. Si uno se pregunta por qué la
evitación del contacto, del tacto, del contagio, desempeña un papel tan
importante en la neurosis y se convierte en contenido de sistemas tan
complicados, halla esta respuesta: el contacto físico es la meta inmediata
tanto de la investidura de objeto tierna como de la agresiva. Eros quiere
el contacto pues pugna por alcanzar la unión, la cancelación de los límites
espaciales entre el yo y el objeto amado. Pero también la destrucción, que
antes del invento de las armas de acción a distancia sólo podía lograrse desde
cerca, tiene como premisa el contacto corporal, el poner las manos encima. Tener contacto con una mujer es en el
lenguaje usual un eufemismo para decir que se la aprovechó como objeto sexual. No tocar el miembro es el texto de la
prohibición de la satisfacción autoerótica. Puesto que la neurosis obsesiva
persiguió al comienzo el contacto erótico y, tras la regresión, el contacto
enmascarado como agresión, nada puede estarle vedado en medida mayor ni ser más
apto para convertirse en el centro de un sistema de prohibiciones. Ahora bien, el aislamiento es una cancelación de la
posibilidad de contacto, un recurso para sustraer a una cosa del mundo de todo
contacto; y cuando el neurótico aísla también una impresión o una actividad
mediante una pausa, nos da a entender simbólicamente que no quiere dejar que
los pensamientos referidos a ellas entren en contacto asociativo con otros.”
La regla fundamental del psicoanálisis ordena al obsesivo
asociar libremente, pero él sólo puede relatar, atar semánticamente los
significantes, aislarlo del contacto genuino que resulta camuflado por los
procedimientos de significación. La acción del analista consiste en impulsarlo,
mediante el corte y la interpretación, a asociar más libremente, incitarlo a la
histerización. En el lazo social analítico el síntoma es invitado a presentarse
en la dimensión del cuerpo a cuerpo, del cuerpo a cuerpo hablado. “Pude
abrazarlo, pero no decirle que lo quiero”, dice una paciente obsesiva. Explicar
así que su retención, su aislamiento, no es tanto del contacto físico, el
contacto exterior, sino del contacto significante, que es pulsional e íntimo –por
él los cuerpos se tocan desde el interior[2]–.
El contacto del que habla Freud es al mismo tiempo contacto asociativo, y
contacto de los cuerpos afectados por lo pulsional del lenguaje. Incitar al
obsesivo a la histerización es incitarlo al mismo tiempo a un cambio en
relación a su cuerpo
Mientras el
obsesivo trae solamente un relato, su cuerpo queda aislado, no es asociación
que libere las posibilidades simbólicas del cuerpo. Y el síntoma continúa
intacto, literalmente. Sea que lo cultive o que lo olvide, que lo exhiba o que
lo oculte, el cuerpo del obsesivo permanece entonces en lo imaginario, a
distancia de la juntura entre simbólico y real en que se desarrolla la
verdadera dialéctica analítica, la que puede incidir efectivamente en el
síntoma. Y allí permanece hasta tanto se revele ese núcleo de histeria que ya
Freud indicó en el síntoma obsesivo. Ese núcleo no es profundo, es exterior, y
sólo puede percibírselo a partir de un cambio en el estatuto del cuerpo, un
cambio que se produce al hablar de otra forma. Es esa Otra forma de hablar, la
de la asociación libre, la que puede
producir el pasaje del cuerpo imagen –i(a)
minúscula– del obsesivo al cuerpo como lugar de inscripción –A mayúscula– que es como funciona en la
histeria. El análisis debe producir ese pasaje del cuerpo completo -
completamente olvidado en lo imaginario - al cuerpo funcionalmente fragmentado,
pero capaz entonces de llegar por la senda propiamente analítica a la juntura
de lo simbólico con lo real, de mostrar el surco conversivo que reconduce el
significante al borde pulsional del cuerpo.
Ahora bien, cuando
se revela la raíz somática del síntoma, el obsesivo no lo vive con indiferencia
ni belleza, sino como entregando lo peor de sí, y jugando al todo o nada con su
conocida ambivalencia: lo que había en el cuerpo de belleza, se transforma en
mierda, lo que había en él de buena forma se transforma en abominable agujero.
Ese pasaje es imprescindible sin embargo, para que la tortura mental y la
conducta del obsesivo pasen de ser una cuestión ajena al análisis - de la que
el analista sólo asiste a un relato exterior - a algo que se juega
efectivamente en el lazo analítico -. No son
infrecuentes los síntomas digestivos o intestinales en el obsesivo, pero la
forma más peculiar de histerización en esa neurosis es la que Lacan llama
“angustia anal”, un síntoma que, por afectar directamente un borde pulsional,
presentifica de la manera mas patente la causa angustiante del deseo. Leo un
comentario de Lacan al respecto:
Por refinadas, por
complicadas, por lujuriosas y perversas que sean sus tentativas de pasaje al
deseo, siempre necesita hacérselas autorizar: es preciso que el Otro le demande
eso. Tal es el resorte de lo que se produce en cierto hito decisivo de todo
análisis de obsesivo. En la medida en que el análisis se sostiene una dimensión
análoga, la de la demanda, algo subsiste hasta un punto muy avanzado –¿es
incluso superable?– de ese modo de escape del obsesivo. En la medida en que el evitamiento del
obsesivo es la cobertura del deseo en el Otro por la demanda en el Otro, en
esta medida a, el objeto como causa,
viene a situarse allí donde la demanda domina, es decir, en el estadio anal,
donde a es, no simplemente el
excremento puro y simple, sino el excremento en tanto demandado. Nunca se
analizó nada de la relación con el objeto anal en estas coordenadas, que son
las verdaderas[3].
La angustia anal, esa conversión
imperfecta, queda a mitad de camino entre el síntoma histérico y la angustia
pura y simple, que es el sentimiento de reducirnos al cuerpo[4]. Lacan
explica que un análisis de obsesivo proseguido hasta la emergencia de esa
angustia delimitada en lo somático no ocurre casi nunca, pero cuando ocurre
“revela la verdadera dominancia, el carácter de núcleo irreductible y en
ciertos casos casi indominable de la aparición de la angustia, al extremo de
parecer un punto terminal del análisis”. La distinción de la demanda y el deseo
es en ese punto tan decisivo como difícil de producir, y muestra el abismo
existente entre la histeria y la obsesión histerizada.
De lo que se trata
en este punto del análisis, es de sostener la distinción entre la demanda
falazmente alojada en el Otro, que por regresión da la dominancia del orificio
anal, y el deseo que viene del Otro, que angustia al neurótico pero que es lo
único que podría permitirle abrirse de ese punto de fijación. Eso supone un
“atravesamiento” del empleo fundamental de la fantasía ($<>a), si permite
reconducir la demanda (en tanto exigencia pulsional), desde el Otro a la
vecindad topológica del cuerpo ($<>D). No puedo desarrollarlo aquí, pero
se puede mostrar que eso implica que el objeto a se extraiga del Otro, y se
ubique de un modo no neurótico: como causa del deseo del Otro.
A ese punto no se
llega sin una “histerización” tal que permita aproximar la materia del
pensamiento al borde pulsional del cuerpo. Se podrá vislumbrar incidentalmente
hasta qué punto es cuestionable la burda metáfora según la cual el obsesivo
piensa con la cabeza –que, extrañamente suele opone al cuerpo, ¡como si la
cabeza no formara parte de él!–. La neurosis obsesiva se muestra además
que el síntoma es el nudo de la estructura subjetiva, y que lejos de oponerse a
lo pulsional, es su continuación y su pathos. La raíz pulsional del síntoma
forma parte del síntoma, aunque éste no se reduce a ella. En su expresión
mínima –hacia
la que apunta el análisis–
el síntoma es la pulsión, más el sujeto que la padece.
En síntesis, la
revelación de la inserción pulsional del síntoma es un momento decisivo del
análisis del obsesivo, que marca un antes y un después. Este después es por lo
general más abierto al deseo, menos inhibido, y en algunos casos abre la
posibilidad del verdadero efecto terapéutico del psicoanálisis, no sugestivo y
posdidáctico: la destitución subjetiva considerada en su salubridad. Colette
Soler observó sin embargo que algunos análisis pueden llegar hasta esas
coordenadas de histerización del obsesivo, y no avanzar más allá. Refiere haber
encontrado en su trabajo en los carteles del pase lo que ella llama histerias de salida de análisis en casos de
neurosis obsesiva: “Una cuasi-histeria final, en lugar de destitución
subjetiva, quiere decir que en lugar de renunciar, el sujeto absolutiza su
diferencia subjetiva, manifiestamente a título de defensa última. Es que nada
obliga al sujeto a consentir a la destitución. El puede por el contrario
intentar anularla, sea coagulándose como emblema del Otro, sea eternizando el
grito de su verdadero dolor no renunciado; cualquiera que sea el modo, por el
gesto o por la vociferación, se tratará siempre, de gozar de ser sujeto[5].”
Las pulsiones son nuestros mitos, decía Freud. Y sin
embargo, desde que podemos entender, con Lacan, que la exigencia significante
toma cuerpo en los orificios del cuerpo, ellas no nos resultan tan míticas. Lo
que permanece mítico, pero no por eso menos real, es la referencia al padre,
ineliminable del síntoma neurótico, presente en ese elemento tabú del síntoma que afecta el contacto con el cuerpo propio y con
el cuerpo del Otro.
Bibliografía
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y prácticas religiosas”. Obras completas
(Amorrortu, Buenos Aires), vol. 9.
Freud, S. (1908). “Carácter y erotismo
anal”. Obras completas (Amorrortu,
Buenos Aires), vol. 9.
Freud, S. (1909). “A propósito de un
caso de neurosis obsesiva”. Obras
completas (Amorrortu, Buenos Aires),
vol. 10.
Freud, S. (1913). “La predisposición a
la neurosis obsesiva”. Obras completas
(Amorrortu, Buenos Aires), vol. 12.
Freud, S. (1913). “Tótem y tabú”. Obras completas (Amorrortu, Buenos
Aires), vol. 13.
Freud, S. (1925). “Inhibición, síntoma
y angustia”. Obras completas
(Amorrortu, Buenos Aires), vol. 20.
Lacan, J. Seminario La angustia, todavía inédito, clases del
12 y 19 de junio de 1963.
Lacan, J. Seminario. R.S.I. Inédito.
Lacan, J. “La tercera”. Intervenciones y textos 2 (Manantial,
Buenos Aires).
Lacan, J. Seminario Le sinthome. Clase del 18 de noviembre
de 1975.
Lombardi, G. (2002) “El empleo
fundamental de la fantasía en la neurosis”. Hojas
Clínicas (JVE ediciones, Buenos Aires), vol.
5.
Mazzuca, R. y colab. Tekné (1987). Curso de Psicopatología (Tekné, Buenos
Aires), vol. 5.
Soler, C. (1990). “Trois fins”. Retour à la passe. FCL.
Paris. 2000.
[1]
J. Lacan. Seminario El saber del psicoanalista.
Inédito. Clase del 2 de diciembre de 1971. Allí afirma además que no hay otra
definición posible del goce que la enunciada: es la relación del ser hablante
con su cuerpo.
[2]
Para el ser hablante, justamente por ser hablante,
la pulsión invocante es la pulsión fundamental. En el campo libidinal, el
significante es una torsión de voz, y la pulsión “es el eco en el cuerpo del
hecho de que hay un decir”. J. Lacan.
Seminario Le sinthome, inédito, clase
del 18 de noviembre de 1975.
[3]
J. Lacan. Seminario La angustia,
todavía inédito, clases del 12 y 19 de junio de 1963.
[4]
J. Lacan. “La tercera”..
[5] Colette Soler, “Trois fins”, p. 494.
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