De niños grandes‏


En el mundo de hoy, que deja a cargo de la cyberpornografía, la televisión, el Facebook y el dios Google la crianza de los nuevos miembros de la sociedad, son cada vez más escasos aquellos que  asumen un papel responsable en lo que representa la presencia de un adulto, de un guía, en la vida de un chico. Pocos se detienen a pensar en lo realmente difícil que resulta combinar con destreza (o al menos decencia) esos elementos, me refiero a la responsabilidad y a la presencia constante en la educación de los niños. Básicamente entendamos que pocas cosas requieren igual o superior entrega que el juego con los pequeños, más aún si no son críos propios (PEOR aún cuando se atienden a los límites legales entre juego y acoso). Se tiene que conservar  un poco de la infancia entre la conducta y el carácter, se debe ser un poco, quizá muy niño, para disfrutar sinceramente del tiempo con ellos (más aún cuando más chicos son) en lugar de aprovechar ese tiempo devanándonos los sesos en el trabajo, emborrachándonos con los amigos o persiguiendo a una posible amante, que son las cosas que tan elementalmente se nos roban las horas y la vida luego de que abandonamos toda etapa pueril de desarrollo.

Lamentablemente es visible que entre más habilidad se tiene para disfrutar con libertad de las manifestaciones pueriles del comportamiento nuestro y de la compañía de los niños, se sugiere que menos destrezas se han desarrollado o se cultivan para desempeñarnos competentemente dentro de esta sociedad de consumo, de ultraviolencia explícita, de competencia económica constante. Si sos tan simple como para disfrutar de la sonrisa de los chicos durante el juego con ellos, seguramente tienes también tremendas falencias en cuanto a tus responsabilidades como adulto.

Hay un fenómeno analizado en el mundo animal y antropológico llamado Neotenia. Se trata de la conservación biológica de ciertas características de la edad juvenil. En los seres humanos este fenómeno nos ha facilitado la evolución cuando, por ejemplo, ha permitido que nuestro cerebro continúe creciendo y desarrollándose hasta poco más allá de los 23 años en promedio. Retrasando algunas estructuras del desarrollo somático se posibilita que el organismo conserve habilidades de joven que le abren enormes ámbitos de evolución. La neotenia te hace, retóricamente, ser un poco niño durante toda la vida.

Traigo a colación el fenómeno biológico y no ninguna de las formas sicológicas de su interpretación porque, con el perdón de mis amigos sicólogos, la suya me parece una pantomima pseudo-dogmática que no merece colación en una charla seria. Golpéenme cuando quieran.



Bien, la verdad es que la neotenia pone en superioridad biológica a las especies que la han aprovechado como herramienta evolutiva, pero ciertamente nuestra civilización humana ha dado al traste con ese fenómeno. Somos continuamente presionados a asumir el mundo con un rabioso dinamismo que nos esclaviza, nos abduce del libre desarrollo; un sistema de supervivencia que no nos permite la menor distracción si queremos vivir en condiciones dignas (que son aquellas que nos vende la media: última tecnología, moda, coches).

“…tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos…”

No nos queda tiempo, ni ganas, ni voluntad ni criterio para sentirnos un poco niños, y dar a los niños nuestros la posibilidad de criarse como hombres libres, hombres que sueñan y juegan.
Y en sentido opuesto, si sos capaz de perder una tarde entera solucionando un lío de chavales, arreglando un juguete, creando uno nuevo, componiendo una melodía o haciendo una ronda infantil, estás condenado a ser llamado –tan adecuadamente- un ser socialmente inútil.

Socialmente inútil. (Adj. comp.) Pendejo que ha perdido la capacidad de asombro, de sonrisa espontánea, la habilidad para imaginar y elaborar juegos mentales con elementos distintos a los sexuales, monetarios y de poder.

©Diccionario de la civilización moderna

A mí me encanta a veces jugar a que soy un pendejo de esos, me hace creer que si consigo un momento de alegría en los críos que quiero, o que se interesen por algo edificante y distinto a lo que les ofrece la media, no soy del todo un elemento tan improductivo. Ahora que estoy algo más grande puedo entender que quizá me guste porque tuve oportunidad de crecer con algunas personas a mi alrededor que tampoco veían grandes inconvenientes en perder tardes enteras al lado mío, de mis primos y hermanos, jugando con nosotros, resolviéndonos el daño en la bicicleta, la ruptura del muñeco, el vacío normativo de un juego, enseñándonos a resolver esas cosas nosotros mismos.


Hoy recuerdo a un hombre así, a quien quiero mucho. Un aristócrata que ayer perdió su cetro de oro y su corona, como en Serrat. Y con el perdón de sus hijos, a quienes quiero muchísimo también, le dedico mis recuerdos y mi eterno agradecimiento, por todo lo que fue conmigo y con los míos cuando fuimos niños. Se fue hace poco, en silencio, aunque no con la piel dulce de veinte años de la que hablaba el citado Serrat; y me habría gustado –qué inoportunos somos los socialmente inútiles- haber podido agradecerle todo lo que aprendí de él. Supongo que la deuda la puedo pagar como dicta la sensatez y la cordura, como bien podemos pagar todos nuestra deuda propia con aquellos que nos guiaron y nos dieron su afecto, claro, sin tener que tropezar necesariamente con ese apelativo no tan cariñoso en negrilla allá arriba; en los nuevos críos, dejándonos a veces un poco de ese afán animal por competir y consumirnos la vida en reunir por montones todo aquello que finalmente la destruye, reaprendiendo a jugar, alargando un poco el lazo que aprieta la neotenia que por esencia padecemos.

Quién sabe, si se trata de oportunidades para que todo ande un poco mejor, podría ser una buena excusa: volver a casa un poco temprano y jugar con los chicos, leerles un poco, recordar en toda ocasión en que nos topemos con uno que fuimos críos también, no olvidar ¡cómo nos hubiese gustado tener un adulto cerca tan niño como nosotros!

Quién sabe…

Un abrazo gigante, ¡cual si de crío!

Queen.

A continuación, y casi de inmediato... envío fe de erratas de esa última nota mía, error de elemento que cambiaría notablemente el sentido de la escritura, por el que me disculpo y en cuya justificación aduzco a las tractomuladas de metal que escucho mientras escribo, aunque de ninguna ayuda me sirva... :(
 


Socialmente inútil. (Adj. comp.) Pendejo que NO ha perdido la capacidad de asombro, de sonrisa espontánea, la habilidad para imaginar y elaborar juegos mentales con elementos distintos a los sexuales, monetarios y de poder.                                                                                                                                                                        

 Nuevamente, mil disculpas.
 
 Queen

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