EL FÚTBOL Y LA MUERTE
POR: Esteban Ruiz Moreno
Fecha: 29/8/07
En homenaje a todos los que
nos han dejado cumpliendo
sus sueños...
¿Cómo es posible ponerle palabras a ese monstruo incesante que es la muerte? Es imposible describir todas las sensaciones que se arremolinan al ver que un deportista profesional cae como derrumbado por un rayo, la desesperación de sus compañeros, uno de ellos (el que impide los goles) meneando su brazo desesperadamente, el equipo médico corriendo a través del césped para el auxilio, el jugador levantándose, caminando entre aplausos de ánimo para salir de la cancha como si nada hubiera pasado...
Esto, según dicen, es debido a causa de un defecto congénito y se presenta en poquísimos casos deportivos. Pero lo terrible del video que extrae las lágrimas y el temor de enfrentarse contra la muerte que ronda más cercanamente de lo que muchos creemos, la muerte, que tan ocupado me tiene últimamente, está presente ahí, en el mismo lugar en el que estamos nosotros.
Hace tiempo escribí una columna sobre la desaparición, otra manifestación de la muerte, no es la única, pues dentro de la amplia gama de maneras de morir que tenemos, tanto antiguas como nuevas, tanto las que son y las que nos inventamos, podríamos nombrar y nombrar siendo ella innombrable hasta siempre.
El fútbol por un lado, la muerte por el otro. El fútbol, sinónimo del más hermoso de los deportes, al menos para mí y espero que no se enojen si digo eso; sinónimo de la juventud en la cual se manifiestan los signos de la valentía y la belleza, donde no hay espacio para la vejez, donde el atleta, en el cenit de su despliegue, muestra lo maravilloso de la destreza física, donde muestra el talento con esos miembros que hemos convertido en otra cosa de donde provenimos a través de la evolución, donde lo que era mano también ahora es pie; el fútbol, el que arranca pasiones desmedidas, gritos soeces y de guerra, los sentimientos más puros y heroicos cuando se gana, los sentimientos más crueles y oscuros cuando se pierde; el fútbol, el mismo que nos enseñaban nuestros viejos, muchos creyendo que podríamos ser jugadores profesionales que trascendiéramos las fronteras de sus propios sueños y de nuestros de nacimiento; el fútbol sinónimo de actos heroicos y de actos de grandeza; el fútbol, una pasión del alma que, como muchas otras (léase bien, porque después dirán que cómo, que el fútbol es una tontería y mil cosas más) nos permite olvidarnos de lo duro de la vida aunque sea por un instante y nos permite alegrarnos aunque sea porque una bolita acaricia la malla a veces con furia, a veces con cariño. El fútbol es la contracara de la muerte, como muchas otras cosas: el trabajo, los hijos, el arte, el amor, la ciencia, el saber... es un taponcito que ponemos como cuando somos niños, es para no dejar que se vaya el agua que almacenamos con asiduidad en el lavamanos de nuestra infancia para jugar a los barquitos de papel que nos derrotaba la humedad misma.
Por otro lado la muerte. En la vida utilizamos miles de cosas que nos hagan olvidar la muerte, y la mayoría de veces lo hacemos de forma inconsciente, estamos ocupados en nuestro diario laborar, sino en sacar adelante a nuestros hijos, o en el proyecto de la empresa o de la vida, en nuestra familia, en nuestros negocios, en lo que escribimos, cuando vamos a un velorio y no nos preguntamos ni reflexionamos por la vida, cuando vivimos de similar manera a Dorian Gray y hacemos un pacto con no sé qué clase de demonio por nuestra juventud eterna. Estamos ocupados siempre, si las cosas fueran así siempre no hubiera problema con nada, pero en la vida, en el perfecto equilibrio que intentamos darle a eso que se llama vida, ocurren señales, que también queremos tapar a toda costa porque la cosa nos parece intolerable, que nos dicen que la muerte, esa mujer enigmática y hermosa cubierta de pétalos marchitos y días luminosos, está ahí, esperando eternamente por cada uno de nosotros.
Así vivimos, entre negar la muerte y encontrarnos de forma inesperada con ella en donde menos lo pensábamos, ya sea con la muerte de alguien, con las torturas, con la guerra y olvidando que siempre tenemos una nueva oportunidad, un nuevo día para, como dice el querido maestro y amigo, para darle una cachetada directamente, haciendo algo que valga la pena y que nos permita lograr sobrepasar el tiempo que lo carcome todo, que todo lo borra. Haciendo algo cuando nos venga a buscar como ayer llegó en busca de Antonio Puerta.
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