MONCAYO: EL HOMBRE SIMBÓLICO...


POR: Esteban Ruiz Moreno
11/08/07

Han pasado muchos días desde “el show de la plaza”, pero con el paso del tiempo se me hace más necesario seguir pensando en lo que pasó, seguir intentando comprender –con menos ardor y más tranquilidad– lo que se puede extraer de tan extraña situación: un hombre que tuvo la esperanza de doblegar a otro hombre con la capacidad de realizar las acciones necesarias para lograr lo que todos conocemos como intercambio humanitario a través de una caminata de más de 1.000 kilómetros a lo largo del país...
Ya he escuchado y visto demasiadas cosas. Como por ejemplo, que Moncayo se enloqueció, que nada tiene de buen orador, que trata mal a la gente que lo rodea, que presenta ciertas indelicadezas con los que quieren también el acuerdo humanitario, que ahora está tras otros objetivos, que su retórica fue pésima, que debía construir su discurso con las grandes mentes de la capital, que la oportunidad no se le repetirá, que los medios le entregaron a Colombia y no supo aprovechar... incluso algunos han pensado que este hombre podría forzar, léase bien, forzar al Presidente a despejar los dos municipios que necesitan las Farc para lograr el intercambio humanitario.

Simplemente hablaré de lo que pienso, de lo que vi aquel día y de lo que me embargó tras este, y repito reiterativamente, extraño momento que vivió el país entero.
No sé qué querían los que han expresado que no aprovechó su oportunidad, pero es claro que Moncayo no podría hacer nada más por la penosa situación que está viviendo y que representa, a través de la identificación, a tantas familias que están padeciendo los mismos avatares del nariñense. No sé si creían que un hombre podría doblegar a un mandatario, sobretodo a uno tan radical en sus posturas como éste que tenemos, que muchos colombianos eligieron. No sé si se pretendía que Moncayo fuera un salvador, un libertario que haría posible lo imposible. No sé si pensaban que, con la caminata que hizo y que muchos calificarían de locura hasta en su propia tierra y en su propia casa, un hombre como éstos podría arrancar a su hijo de las garras de la muerte en vida y de los criminales que lo tendrían desde 1997. Para mí, se trataba de la cuantía del acto por sí mismo; de la amarga tragedia que se vivió durante todo el tiempo; de la valía de un hombre que pudo hacer escuchar su voz en medio de la nada y desde la nada; se trata de la importancia de un hecho que tuvo repercusiones hasta a nivel internacional; se trata es de un hombre que tuvo el valor de hacerse oír por los que no quieren oír nada a lo que ellos mismos proponen; se trata de un ser que pudo pararse en medio del país, “darle con todo” al Presidente ni más ni menos, hacer un intento de irse y dejarlo plantado, escuchar con un dolor inmenso el mismo discurso de siempre con variantes que los subversivos nunca aceptarían, abrazarse a su esposa y llorar amargamente tras escuchar la misma merluza de siempre; se trata de su caminata, la que realizó a través del tiempo, en medio de la lluvia, del sol inclemente, de las montañas y las llanuras, del cansancio, de la desesperanza, de las desesperación; se trata de un ser que sufre, un ser que seguirá sufriendo, pero que supo darle un sentido a ese sufrimiento y podo hacer algo, en un sentido que denominaremos simbólico, con él.
El hombre, el verdadero hombre se hace en su soledad, en la grandeza de sus propios laberintos, en el sufrimiento que le provoca la separación. El hombre, y para que no haya malentendidos, también la verdadera mujer se hacen en su camino, a pesar de que nunca terminen de hacerse... ni tampoco de caminar. El hombre se construye a partir de lo que pierde, de lo que ya no está. El hombre se hace de las lágrimas, de los dolores, de las partidas, de los adioses. El verdadero hombre se hace cuando renuncia al vientre, cuando sale del paraíso, cuando le da un sentido, no sé si legítimo o no, a su existencia. El verdadero hombre es el que responde por sí mismo, por sus propios actos y sus propias palabras.
No estoy haciendo una apología del masoquismo, pero la verdad es que ante esta ola de esencialismos baratos, de optimismos de marketing, ante esta historia de la bondades hipócritas, de que somos buenos por naturaleza, no podemos olvidar ante todo esto que nosotros, los seres humanos, estamos hechos de un ángel y de un demonio, estamos hechos del mal y también del bien.

Pienso que Moncayo es un hombre, que con su acto hizo algo simbólico con el sufrimiento que le impuso una situación que no pudo ser prevista, con una situación que lo desbordaría y que rebasaría, de la misma forma, a todas las personas que viven hoy el drama del secuestro. De la misma manera, evoco las palabras del pensador más grande que ha tenido Colombia en toda su historia, Estanislao Zuleta, en un texto hermosísimo que leyera hace muchos años, El elogio de la dificultad: “En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor, y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida.” El hombre verdadero es el que a pesar de todo lucha, es el que sin importar las circunstancias pelea por lo que quiere, es el que abandona sus comodidades para darle un sentido a su existencia, es el que busca respuestas siempre nuevas para sus dramas, es aquel que crea nuevas palabras para nombrar su dolor y su tragedia, es el que puede decir que vive con alegría porque lucha por lo que desea y no porque tiene lo que tenga, es el que puede decir que ha hecho algo con su vida. Seguramente muchos podrán decir que estoy idealizando a Moncayo, la verdad estoy tranquilo porque puede parecer así, pero tengan presente que no lo estoy llamando “caminante de o por la paz”, tampoco “maestro de la vida” y cosas de este tenor, simplemente creo poder decir que Gustavo Moncayo hizo algo con su vida, algo importante, algo propio del amor del padre: luchar por su hijo secuestrado, sabiendo aun que podría no pasar nada, como efectivamente no pasó...

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