LA CEGUERA DE LOS FELIGRESES
POR: Esteban Ruiz Moreno
22/08/07
Es insólito e increíble lo que ha denunciado un sacerdote en la conversación que tuvo con el periodista Néstor Morales (pinche aquí para escuchar) en horas de la mañana de este día y que había venido denunciando desde hacía muchísimo tiempo ante los estamentos propios de la Iglesia, y para ser exactos debemos decir: iglesia católica, y a su superior en la capital del Valle del Cauca, Arzobispo Juan Francisco Sarasti. De esto se sabe que las denuncias de dicho sacerdote vienen desde el mes de diciembre del año pasado.
Por el contario no sería nada insólito –como de hecho lo es– que la Iglesia, como siempre ha sido el caso, esconda y encubra de la manera más descarada y cínica este tipo de actos que han venido cometiendo los “representantes de Cristo en la tierra”. Si quieren podemos remitirnos la historia donde encontramos miles de crímenes contra nuestros antepasados los indios, las más aberrantes y sanguinarias marchas contra los que tenían un Dios diferente (o al menos con un nombre diferente como Alá), las más claras situaciones ejemplarizantes de crueldad (cuando eso eran, porque recordemos que quemaron a Juana de Arco y después se dieron golpes de pecho diciendo: “Hemos quemado una santa”), o por ejemplo, cuando se podían ver los más bajos sentimientos que puede albergar un ser humano con un poco –o mucho– poder, como cuando cortaban la cabeza de los que no querían reconocer a ese dios, ese dios de ellos, –de los católicos–, esos a quienes llamaban albigenses. Sinceramente me dio asco cuando conocí la respuesta del mencionado Arzobispo: “todas estas cosas pertenecen a la vida privada del sacerdote y no a su vida pública”, primero, como dando cabida y permiso a estas bajas pasiones de los pastores de almas y segundo, intentando minimizar la cuestión al punto de hacerla, como siempre, repetitiva, si no recordemos las declaraciones de Monseñor Pedro Rubiano con respecto al violador Rozo, o cura Rozo o como deseen llamarlo, cuando decía que el video donde el susodicho abusador confesaba sus crímenes era un montaje; de la misma forma, los dos altos jerarcas, en los dos casos que nos ocupan, han actuado con una desvergüenza tan terrible, que simplemente, cuando sus curitas estaban en aprietos, salieron a descalificar las pruebas que tenían las investigaciones y que causan la desazón más profunda para cualquiera.
Pero esto no me causa ni indignación, ni siquiera asombro, porque en el fondo sé la calaña de estos sacerdotes perversos que no han hecho otra cosa que daño a la humanidad, similares a los cuervos que no destinan más que un mal presagio para quien los contempla... No, esto no es lo que más me disgusta. Lo que me deja atónito, lo que me aterra, lo que me entristece es que la gente, que los feligreses están ciegos y sordos y tontos. Lo que me apena y me sume es saber que hay un estamento llamado iglesia, y para que no quepan suspicacias diré que solamente estoy hablando de la iglesia católica, al que se le sigue creyendo ciegamente, al que se le sigue siguiendo tontamente, incluso al abismo mismo donde se encuentra esta institución que supuestamente se dedica al amor entre los hombres, pero claro, está muy claro: entre hombres, porque en las denuncias del padre Robledo también podemos encontrar denuncias de curas homosexuales. Me parece lo más aberrante que no podamos aprender todavía de nuestras caídas, de nuestros desaciertos; me parece aberrante seguir creyendo en estos sujetos que han sepultado frente a la sociedad su sexualidad, pero que la han reivindicado en sus sombras, furtivamente (y no es que esté de acuerdo con que la gente viva su sexualidad y lo proclame a los cuatro vientos) con toda clase de perversiones que no solamente los manchan, –porque ellos creen ser los dueños de la moral, pero precisamente de la moral que no manejan, de la moral que solamente osan imponer a sus fieles–, sino que comprometen a los niños, por poner un solo ejemplo, de los cuales abusan.
El gran maestro Sigmund Freud pensaba que existe un proceso en las personas que permite este tipo de cosas inusitadas: un amo que domina a sus anchas sin que la masa se percate de sus carencias y miserias, este mecanismo denominado idealización sucede cuando las personas ponen a un personaje que reviste un cierto grado de importancia y poder en el lugar privilegiado de lo absoluto; la historia nos concede la licencia de varios ejemplos: recordemos la sociedad alemana en un estado de idiotez general ante un ser de pequeña estatura, de aspecto chistoso, y con movimientos severamente histriónicos que la llevó a cometer una de las mayores masacres conocidas por la humanidad: el holocausto; pensemos en esta sociedad colombiana donde el que escogieran tantos ciudadanos sigue con los índices más altos de popularidad mientras los escándalos por parapolítica siguen salpicando a sus más íntimos círculos. Es así, donde una sociedad se pierde en un líder que se presenta como absoluto, donde vemos que no hay fronteras, donde se pierden los límites tanto de los derechos de los afectados como del procedimiento judicial y de muchas otras cosas. La ceguera nuestra o la idealización nuestra es tan profusa que los padres que escuchaban a los niños decir que “el padresito, –amadísimo de la parroquia–, le tocó las partes nobles” los mandaban a silenciar como se hace con los peores criminales o los más enfermos depravados. Los feligreses están ciegos ante tanta suciedad en el clero, ante tanta aberración, frente a estos seres que se aprovechan de la condición que les ha otorgado la historia y el mismo ser humano a través de ella, los fieles están ciegos, los fieles han idealizado al punto de no querer ver la realidad de las cosas, al punto de sumirse en un estado de estupidización tan profundo, tan oscuro, tan denso que les permite seguir adorando a su dios en la tranquilidad de sus vidas cómodas y mediocres.
Hoy se debatió tanto sobre la castración química y los posibles castigos para los infractores que es necesario hablar de ello, aunque sólo someramente. La castración química hará que la erección, –la que se sepulta bajo la negra sotana, o se intenta sepultar porque el fuego del alma no se apaga nunca–, no se produzca, mas sin embargo el deseo, lo que es incontenible, ese fuego del que hablamos será imposible de detener y estos tipos buscarán otras formas de intentar satisfacer sus pasiones que en este caso podrían tener el significado de bajas sin ningún remordimiento por parte de quien esto escribe. Por eso creo que es necesario que se actúe en varios frentes para atacar el problema. Primero: se debería fortalecer las penas en lo que a esto se refiere. Es obvio que no podremos penalizar al cura que tiene a su amante de secretaria, pero sí a los que violan niños y jóvenes en su radio de acción. Segundo: permitir que un grupo de expertos, me refiero a los psicoanalistas, a los psicólogos y a los psiquiatras, hagan sus estudios pertinentes para definir si este tipo de personas tienen un rehabilitamiento posible (claro! mientras purgan sus condenas en la cárcel). Tercero: hacer que, y a modo de resumen, se cumplan efectivamente las penas y tratamientos dispuestos por las leyes que de seguro deben ser modificadas.
Por último diré que no todos son así, no cometeré el pecado de mandar a todos al abismo, pero sí que los culpables deben pagar por esto, por lo que han hecho con y en la catedral de Cali.
Es supremamente necesario reconocer la entereza y el valor del sacerdote Germán Robledo Ángel, ex presidente del Tribunal Eclesiástico al hacer pública la denuncia de estos hechos irregulares. Renunció a la comodidad de su parroquia, su amada Filomena en Cali, para hacer respetar su iglesia y para que los culpables sean investigados ya no por las entidades eclesiásticas (que es lo mismo que dejar impune el asunto) si no por la misma comunidad a la que le hacen tanto daño en el sigilo de sus miserias...
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Diana C.